Qué tristeza la del almirante francés al que ahogó el peso de los muertos marineros de Trafalgar, y qué empeño nuestra testaruda perseverancia por hacer las cosas que intuimos que no nos van a salir bien, que deberíamos dejar que las hicieran otros desde el principio, aquellos que vuelan como si nada por las dificultades que son obstáculos inamovibles para nosotros.
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Hoy en día se puede conocer a alguien, por increíble que parezca, sin conocerlo.
No es el caso de Anna, nombre perfectamente romo.