Anna (Floritismo)

Hoy en día se puede conocer a alguien, por increíble que parezca, sin conocerlo.

No es el caso de Anna, nombre perfectamente romo.

La conocí por el tiempo que dura un parpadeo en un taller de flores, de des/arreglos que diría ella. Anna vive en Barcelona y sus ojos, con una calma de lago, apuntan a todas partes, a todas las ciudades y regiones. Su diario en Instagram es tan extenso y cuidado que será otro de sus grandes legados. Posee una fuerza de libro moderno de filosofía, de cómo vivir la vida, de cómo vivir la alegría, de la humildad y de la fuerza, de la perseverancia y de la belleza.

Ella tiene una atracción especial a los colores, al tacto tan suave de las flores, a sus cambios, a su metamorfosis desde semillas, al conocimiento del reino vegetal en la cúspide de la belleza.

De haber rastreado su diario en la red puedo imaginar su pensamiento más profundo, conocer la apariencia de su familia, de sus casas sucesivas, del tiempo que pasa y de las cosas que le pasan.

Y es que ella las cuenta como si nada, con la suavidad de un día de lluvia lenta, con la delicadeza de un entorno que ha creado inventándose su trabajo. Vive en el ámbito de una caricia.

 

 

Es casi seguro que posee una voluntad de acero, una predisposición a la organización de su vida y las cosas que en ella hace milimétricas y exactas, una ingeniero de caminos que disfrutaba extrayendo belleza de las obras que realizaba, removiendo las tierras para dejarlas lisas y respirando, volviendo a ellas y encontrándose con la alegría de lo bien hecho y que perdura después en la vida cotidiana de la ciudad. Si fuera ahora adornaría sus solados y muros con los colores de las flores, de todas las flores.

 

 

Ser ingeniero, ingeniero de caminos, era una forma de vivir en la élite: intelectual y social. Anna ha vivido el fin triste de un oficio de minorías que ahora ha pasado a ser tan común que solo una minoría puede ejercerlo. Anna hizo su personal viaje al centro de la tierra ingeniándoselas en otro continente; tierra de Panamá.

Y quizás de todo aquello creció un consciente y trabajado amor cotidiano por el Mediterráneo, por sus cosas de vuelta a casa, por reinventarse a sí misma, y un trabajo mucho más ingenioso que el de construir caminos y puertos. Habitar entre las flores que ella misma escoge, aprende y cultiva, y que además hace viajar a otros lugares. Es fácil encontrar las huellas de sus manos en jardines de otras ciudades, en la sonrisa de amigas que le han pedido su ayuda, en los olores de tapias cuando pasas, y en todo un diario de colores y emociones que también cultiva en la red, y tan generosamente para todos.

 

 

Crea emociones con lo que hace, las adorna y emulsiona, como la presencia de un ramo de flores en el corazón de una novia, entre sus manos, o mi propia convulsión cada vez que miro una campana de cristal en la que habita una rosa preservada, que me regaló alguien a quien quiero y vive tan lejos.

Todo tiene quien todo da, y su inteligencia le ha llevado a alejarse de lo pretencioso, a hacer lo que desea y en los lugares que desea, a cuidar de otro huerto delicado que es su familia, y a ofrecerles el resultado de aquello que constituye su trabajo, y la vida en su trabajo: todas las flores del mundo.

Y es que las flores le han llevado a crear un universo nuevo también de amistades y descubrir lugares en los que se adapta como las raíces a la tierra suave. Un universo de amor por su trabajo y para quienes trabaja. Qué suerte darle el sentido de lo humano a lo que uno hace, con cuidado, con la escala del hombre, con el gusto dorado de no tener que trabajar ya nunca más porque haces lo que te gusta.

 

“Qué tenemos que aprender a esperar quienes cultivamos lo que sea” y también a disfrutar viendo su crecimiento hasta convertirse en flor desde semillas. Como el propio crecimiento de los hijos, que deseamos que no sea demasiado rápido para disfrutar de su ingenuidad, de su vida sin reservas mentales, y también de la belleza que nos dan con su olor y su tacto, como las flores.

Anna cree que las flores crean adicción, y yo sin embargo creo que son de ir y venir, de acercarse y alejarse descuidadamente de ellas, como las estaciones del año, como los propios niños en las distintas etapas de la vida, que siempre acaban volviendo a casa, como nosotros a las flores.

Toda la luz para Anna.

Toda la paz del mundo.

Toda la belleza con la que poliniza los lugares en los que interviene.

Texto: Florentino Arija

Fotografías: Carolina Lobo

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